El fragmento debe ser como una pequeña obra de arte, aislado de su alrededor y completo en sí mismo, como un erizo -- Friedrich Schlegel --

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sábado, 29 de octubre de 2011

Pitágoras de Samos

   Tales fue el Primero de los filósofos; pero el primero que usó la palabra "filósofo" fue Pitágoras, y si hacemos caso a su testimonio habría que otorgarle el título de Primero, ya que  aseguraba haber vivido varias veces antes de ser propiamente Pitágoras: fue Etálides, que ante el ofrecimiento de su padre Hermes de obtener cualquier don excepto la inmortalidad eligió conservar el recuerdo de todo lo que le sucediera, ya fuera en vida como en la muerte; luego Euforbo, herido según cuenta Homero en la Ilíada a manos de Menelao; después su alma fue a encarnarse en Hermótimo, quien para dar fe igualmente de su genealogía, al entrar en el templo de Apolo en Bránquida señaló, reconociéndolo, el escudo de Menelao; muerto como Hermótimo se reencarnó en un simple pescador en Delos, con el nombre de Pirro, y finalmente pasó a ser Pitágoras, quien conservaba el recuerdo de todas esas vidas.
   Como en la doctrina de la transmigración de las almas se admite la posibilidad de reencarnarse en animal, el poeta-filósofo Jenófanes de Colofón, posible maestro de Parménides, se mofa de Pitágoras al afirmar que éste reconoció la voz de un amigo muerto en los lamentos de un perro al que estaban apaleando.
   En cierta ocasión, el transmigrador Pitágoras se encontró con el gobernante de Fliunte, llamado León, quien le manifestó su admiración por el talento y la habilidad de que daba muestras. A las preguntas de éste acerca del arte a que se dedicaba con tanta maestría, Pitágoras le respondió que él no se consideraba maestro en ningún arte ni técnica alguna concreta, sino un “filósofo”. León desconocía esa palabra, así que Pitágoras le explicó que cuando la gente acude a los juegos olímpicos puede hacerlo por varios motivos: para competir por la fama y alcanzar así la gloria que otorga la corona de laurel, o bien para hacer negocios, para comerciar y así enriquecerse; pero también hay algunos, unos pocos, que van allí para contemplar el espectáculo de la naturaleza. Son estos espectadores los que, en cuanto amantes de la sabiduría, esto es, como "filósofos", dedican su esfuerzo al conocimiento.
   Esto debió ocurrir en el último tercio del siglo VI a. C., cuando se acumularon buen número de leyendas que dieron tanta fama a Pitágoras como para alcanzar el grado de “dios” (según los más fanáticos) o por lo menos de “héroe”. El caso es que tuvo éxito fundando una comunidad religioso-filosófica, los pitagóricos, en Crotona (sur de Italia, entonces conocida como Magna Grecia), cuyas reglas fundamentales giraban en torno a un ascetismo extremo, por ejemplo el silencio. En efecto, el propio Pitágoras obligaba a los novicios a guardar cinco años de mudez para demostrar su lealtad. Durante todo ese tiempo, y una vez entregados sus bienes a la comunidad, se limitaban a recibir la doctrina; después de esta iniciación eran recibidos por él mismo y ya podían ir a su casa. Por las noches impartía unas charlas a las que llegaron a asistir seiscientas personas. Los pitagóricos tenían un código de conducta aparentemente extravagante, entre sus preceptos se encuentra no herir el fuego con la espada, no comer corazón, borrar la señal de la olla en el ceniza, no orinar de cara al sol, no andar fuera del camino público, no criar aves de uñas curvas, no comer habas y otras muchas. Diógenes Laercio explica el sentido de algunas de las prohibiciones que considera “símbolos”, así el mandato de no herir el fuego significaría no incitar la ira de los poderosos, y no comer corazón sería no atormentarse con angustias. En cuanto a la prohibición de comer habas, es cuestión debatida: según el propio Diógenes Laercio puede deberse a que reconocían su virtud anímica por contener mucho aire, pero también recoge las hipótesis de Aristóteles en un supuesto libro titulado De las habas según el cual los pitagóricos las prohibían bien por parecerse a las partes pudendas o a las puertas infernales, o bien porque les atribuían capacidad corruptora o por servir de apoyo ceremonial al gobierno oligárquico. Cuesta creer que Aristóteles se preocupara tanto de las habas como para recoger tan estrambóticas opiniones; aunque si observamos que esta semilla aparece acompañando a Pitágoras hasta el momento de su muerte a los ochenta años de edad, comprendemos que su modo de vida y las habas ostenta una relación secreta. Entre las leyendas sobre el fin de Pitágoras se recoge una en la que, perseguido, llega a un campo de habas y al entrar en él se dice “Mejor ser prendido que pisar estas habas” y cuando llegaron sus perseguidores, “Mejor ser muerto que hablar”, con lo que les descubrió la garganta. En otra versión, menos fantástica, se dice simplemente que huyendo de los siracusanos, mientras rodeaba un campo de habas, fue atrapado y muerto. Dicearco refiere que, a consecuencia de la revuelta en contra de los pitagóricos promovida desde varias instancias enfrentadas a su conservadurismo, Pitágoras hubo de huir de Crotona, se refugió en un templo de Metaponto y allí murió absteniéndose de comer.
   Volviendo a los mandatos anteriores, parece que en efecto actuaban como claves para proteger las enseñanzas; pero por eso mismo, fuera de la secta, hubo de parecer sumamente extraño un conjunto de principios tan arbitrario. Las burlas se multiplicaban por todas partes. Isócrates, por ejemplo, comenta que los pitagóricos con su silencio despertaban más admiración que cualquier experto en el habla.
   En el supuesto tratado perdido de Aristóteles sobre los pitagóricos se recogían algunas de sus creencias, empezando por una curiosa división secreta por parte del Maestro de los seres racionales en tres clases: dioses, hombres y los que son como Pitágoras (esto es, héroes o demonios). Aristóteles recoge la noticia de que el filósofo había aparecido en dos lugares al mismo tiempo, y que cuando fue visto desnudo se comprobó que tenía un muslo de oro. También podía ser letal, ya que venció a una serpiente venenosa de un mordisco y cierta vez en que cruzaba un río se escuchó a éste hablarle (“¡Salud, Pitágoras!”). Todo esto se contaba del primer amante de la sabiduría, identificado por muchos con Apolo, debido a su gran hermosura y al don profético.
   Pitágoras fue un gran geómetra, y a buen seguro un hombre de abundantes conocimientos; representa sin embargo la vuelta a la religión de la naciente filosofía. Si ésta empezó siendo estudio de la naturaleza, con Pitágoras se vuelve la vista al pasado de los mitos, los dioses y los semidioses, se trata de integrar el saber con el culto y las ceremonias religiosas, se mezcla la razón con lo maravilloso y lo irracional.
  
Pitágoras de Samos (582-507 a. C.)

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