El fragmento debe ser como una pequeña obra de arte, aislado de su alrededor y completo en sí mismo, como un erizo -- Friedrich Schlegel --

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sábado, 19 de noviembre de 2011

La memoria: "El marinero perdido"

   ¿Qué tipo de vida, qué clase de mundo, qué clase de yo se puede conservar en el individuo que ha perdido la mayor parte de la memoria y, con ella, su pasado y sus anclajes en el tiempo?
   Un paciente de Oliver Sacks, llamado Jimmie G., servirá para empezar a dar una respuesta a esta pregunta. A principios de 1975 ingresó en una residencia de ancianos de Nueva York con una nota que decía “Desvalido, demente, confuso y desorientado”.
   Jimmie era un hombre de buen aspecto, con una mata de pelo canoso rizado, cuarenta y nueve años, de aspecto saludable. También era alegre, cordial y afable.
   —¡Hola, doctor! —dijo—. ¡Estupenda mañana! ¿Puedo sentarme en esta silla?
   Era una persona decididamente simpática, muy dispuesta a hablar y a contestar cualquier pregunta que le hiciesen. Daba sus datos con precisión, describió con amoroso detalle el pueblecito de Connecticut donde había nacido, llegó incluso a dibujar un plano. Habló de su época en la Marina a partir del año 1943, recordaba el código Morse y era capaz de manejarlo con fluidez.
   Sus recuerdos, sin embargo, se quedaban ahí. Recordaba con precisión y revivía esa época en la Marina, pero nada más. Cuando hablaba de esa época parecía referirse más al presente que a un tiempo del pasado, de hecho empezaba hablando en pasado y enseguida se pasaba al presente de indicativo.
   Cuando Oliver Sacks le pregunta por el año en que están, el paciente contesta que en 1945, y cuando se le interroga sobre su edad, afirma que diecinueve. Cuando el neurólogo le muestra su imagen en un espejo, Jimmie se aferra a los brazos de la silla:
   —Dios Santo, ¿qué es lo que pasa? ¿Qué me ha sucedido? ¿Estoy loco? ¿Es una broma?
   El doctor lo tranquiliza llevándolo hasta la ventana y enseguida recupera el color y empieza a sonreír mientras observa a unos chicos jugando al béisbol. Sacks aprovecha entonces para dejarlo solo un momento y sale para deshacerse del espejo. Cuando vuelve, dos minutos más tarde:
   —¡Hola, doctor! —dice— ¿Quiere usted hablar conmigo?
   No había indicio ninguno de reconocimiento en su expresión, franca y abierta.
   —¿No nos hemos visto antes, señor G.?
   —No, que yo sepa. Menuda barba que tiene. ¡A usted no lo olvidaría, doctor!
   El paciente ha olvidado todo, se pregunta qué hace en el hospital, si es que trabaja allí, si es un paciente…, no lo sabe.
   Sacks le recuerda lo que le ha contado de Connecticut, y Jimmie reconoce que es verdadero, pero afirma que no ha debido contárselo él, que lo habrá leído por ahí.
   —Está bien —dice Sacks—. Le contaré una historia. Un individuo fue a ver a su médico quejándose de que tenía fallos de memoria. El médico le hizo unas cuantas preguntas de rutina y luego le dijo: “¿Y esos fallos de memoria, qué me dice de ellos?”. “¿Qué fallos?”, contesta el paciente.
   —Así que ése es mi problema —contesta Jimmie, echándose a reír—. Ya me parecía a mí. A veces se me olvidan cosas, de vez en cuando… cosas que acabo de pensar. Sin embargo, el pasado lo recuerdo claramente.
   El Dr. Sacks somete a pruebas al paciente. Se encuentra con una pérdida extrema y sorprendente del recuerdo a corto plazo, hasta el punto de que cualquier cosa que se le diga o se le muestre la olvida a los pocos segundos. A veces retiene recuerdos vagos, un confuso eco de familiaridad. Cinco minutos después de jugar al tres en raya con él, recuerda que “un médico” había jugado a aquello con él “tiempo atrás”. Cuando Sacks le recuerda que fue él, le hace gracia. Tiene un humor ligero y una cierta indiferencia a estas paradojas.
   Al parecer no es que deje de registrar los datos en la memoria, el problema es que se le borran al cabo de un minuto, sobre todo si concurren estímulos que compiten o lo distraen. Sus facultades intelectuales y perceptivas se mantienen en un nivel muy elevado.
  Tiene los conocimientos científicos de un bachiller inteligente, inclinado a las matemáticas y a las ciencias, puede realizar cálculos a gran velocidad; pero si el problema exige mucho tiempo se desorienta y se olvida hasta de la pregunta. Cuando se le enseña una foto de la Tierra desde la Luna cree que se le toma el pelo.
   El diagnóstico fue un probable síndrome de Korsakov. Según escribió este psiquiatra ruso en 1887, tal enfermedad consiste en la alteración del recuerdo de los hechos recientes, conservando las impresiones del pasado y manteniendo intactos el ingenio, la agudeza mental y la inventiva.
   A. R. Luria ha ampliado las investigaciones de Korsakov sobre la memoria. Para Luria, estos pacientes han perdido el sentido de la sucesión temporal y empiezan a vivir en un mundo de impresiones aisladas. Los motivos para la enfermedad pueden ser algún tumor o la degeneración neurológica de los cuerpos mamilares a causa del alcohol. No hay un tratamiento claro para combatirla.
   En el caso de Jimmie, el abuso del alcohol fue constante desde los años 60, al abandonar la Marina. Según su hermana, este consumo aumentó a partir de los 70 hasta hundirlo en el delirio y la angustia. Se lo ingresó en una residencia y superó la crisis, pero las secuelas fueron la pérdida de memoria. Ahora bien, ¿por qué la pérdida afectaba sólo a los recuerdos de los últimos años?
   Sacks intentó hipnotizarlo para averiguar algo más; pero fue imposible porque la amnesia le hacía perder el hilo de la hipnosis. Le escribió a Luria y éste encontró el caso normal, puesto que la amnesia retroactiva podía retroceder décadas y hasta casi una vida entera. “En un caso como éste no hay recetas”, escribió Luria, “hay pocas esperanzas, puede que ninguna de que se produzca una recuperación de la memoria. Pero un hombre no es sólo memoria. Tiene sentimiento, voluntad, sensibilidad, moral… Es poco lo que puede usted hacer neuropsicológicamente, nada quizás; pero en el campo del Individuo, quizás pueda usted hacer mucho.”
   Puesto que Jimmie se da y al mismo tiempo no se da cuenta de su situación, es difícil hacer nada por él:
   —¿Cómo se siente?
  —¿Cómo me siento? No puedo decir que me sienta mal. Pero no puedo decir que me sienta bien. No puedo decir que me sienta de ninguna manera.
   Se trata de un hombre que sólo demuestra fijación y sentimientos profundos con respecto a la religión. En la capilla se comporta de un modo devoto, por otro lado disfruta con la música y le gusta la jardinería. Al paso del tiempo, este hombre fragmentado ha logrado cierta tranquilidad, y siempre hay que recordar que la angustia la sienten más aquellos que los rodean que los propios pacientes.

Texto adaptado de:
Oliver Sacks: El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Barcelona: Anagrama, 2002, pp. 44-67.

Oliver Sacks nace en 1933 en Londres. Puede que sea el neurólogo más famoso en la actualidad, gracias a unos libros de divulgación que se venden y se leen como novelas de éxito. Pero no inventa nada, describe las historias de los pacientes que ha tratado. Ahora vive en Nueva York.
Para el gran público empezó a ser conocido por su mejor libro: El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (1985), donde describe casos de agnosia visual, síndrome de Korsakov, perturbaciones de la propiocepción, miembros fantasma, Parkinson, afasia, síndrome de Tourette, amnesias o hipermnesias, autismo, etc. Aunque se trata en todos los casos de patologías reales, uno no deja de pensar que son algo fantásticas, por lo singulares que resultan. Este mismo estilo lo continúa en Un antropólogo en Marte (1995), con casos de síndrome de Asperger, ceguera al color, etc.
Reconoce que su inspiración para este tipo de obras es el Pequeño libro de una gran memoria (1968), de A. R. Luria, que describe el caso del mnemonista Salomon Veniaminovich Shereshevski, de memoria prácticamente absoluta.
Estos libros son la introducción más amable que se puede encontrar a la Psicología Clínica, porque Sacks observa a sus pacientes con verdadera simpatía, sin por ello dejar de mostrarnos toda la crudeza de sus perturbaciones.
Pueden leerse en Primero de Bachillerato, y elaborar trabajos para subir nota en la asignatura de Filosofía.

 

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