El fragmento debe ser como una pequeña obra de arte, aislado de su alrededor y completo en sí mismo, como un erizo -- Friedrich Schlegel --

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jueves, 8 de diciembre de 2011

El filósofo fabulador

  Las formas breves del ensayo en el siglo XX están ligadas a la literaturización de la filosofía y a su renuncia de sistema. Hay muchos ejemplos, y uno de ellos es la obra de Hans Blumenberg (1920-1996), que a simple vista parece emparentada con, digamos, los Minima moralia (1951) de Adorno, al menos si tenemos a la vista obras como La inquietud que atraviesa el río (1987) o Conceptos en historias (1998); pero Adorno confiesa acogerse a la forma del aforismo para dar expresión a la idea de un modo intuitivo; Blumenberg escribe sus pequeños ensayos basándose en anécdotas culturales, sus reflexiones rara vez llegan a conclusiones firmes. Más que con Adorno parece seguir el camino de Sócrates, de Walter Benjamin y sus libros de mezcolanzas, o de Canetti y sus apuntes. Pero si el propio Blumenberg tuviera que justificar con un antecedente su forma de escribir breves ensayos, elegiría a Esopo, un Esopo sin moralejas, que renuncia a encauzar las conclusiones del lector y deja flotando las muchas sugerencias que cualquiera de sus historias son capaces de transmitir. Ahora bien, Blumenberg no es un literato, sino un filósofo…
   Jürgen Habermas se plantea este problema en su ensayo “¿Filosofía y ciencia como literatura?” (1988), cuando comenta sobre uno de los libros arriba mencionados de Blumenberg si cabe establecer una rotunda liquidación de géneros como la que se plantea en los periódicos equiparando los ensayos de su colega y los cuentos de Borges. Con su falta de estilo habitual, Habermas nos recuerda que tanto la ciencia como la literatura dependen del lenguaje, y por tanto de una realidad que no podrían establecer como novedad absoluta. Como es sabido, Habermas se basa en esta premisa para aducir las pretensiones de verdad intrínsecas al uso del lenguaje, que en el caso de la filosofía además se acompaña de una pretensión de verdad que incluso en los textos de Blumenberg ejercería, en su opinión, como hilo conductor.
   Sin embargo, el paralelismo con Esopo sugiere que la pretensión de verdad en Blumenberg no es la de Habermas. La novedad en la forma de Blumenberg frente a la intención de Adorno al escribir aforismos intuitivos (que sí estaría en la línea de Habermas) es que Blumenberg ejerce su derecho a la indeterminación, tal y como las fábulas de Esopo nos dejan “meditabundos”, “pensativos”, con tal de que no nos impongan una moraleja. Esta indeterminación del pensamiento, acorde con la literaturización de la filosofía, no se puede liquidar con el amuleto de un lenguaje con estructuras trascendentales, ya que el equilibrio del lenguaje es como el de ese barco que según Blumenberg se va recomponiendo en alta mar con los materiales que dejan sus sucesivos naufragios, sus bases están en movimiento, y hemos perdido la memoria del origen, y nadie sabe hacia dónde nos dirigimos.
Esopo (ca. 600 a. C.). Retrato hipotético
  En un congreso, Odo Marquard le preguntó a Blumenberg si le molestaba que se redujese su filosofía a dos ideas básicas: la finitud del hombre con su contrapartida, el carácter insoportable de cualquier absoluto; y la de que ser hombre significa “descargarse de los absolutos”. Con elegancia, replicó: “Lo que me molesta es que sea tan fácil verlo”. César G. Cantón: “La metaforología como laboratorio antropológico”, en Hans Blumenberg: Conceptos en historias. Madrid: Síntesis, 2003, p. 18, n. 32.

  Sobre Esopo y la filosofía, puede leerse el discurso de agradecimiento por parte de Blumenberg tras el Premio Freud en 1980, titulado Nachdenklichkeit. Hay traducción italiana: Pensosità.

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