El fragmento debe ser como una pequeña obra de arte, aislado de su alrededor y completo en sí mismo, como un erizo -- Friedrich Schlegel --

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sábado, 28 de enero de 2012

El Libro de la Almohada

La ayudante de la emperatriz Sadako (976-1001), conocida como Sei Shônagon (ca. ss. X-XI), es la principal referencia de un género con amplia raigambre posterior en Japón, el zuihitso o “miscelánea”, obra que se compone reuniendo observaciones a vuela pluma, sin orientación previa. Amalia Sato, traductora de una de las primeras versiones castellanas de El Libro de la Almohada, escribe que este género supone “una dispersión del sujeto en fragmentos”, lo que en parte se explica por las circunstancias de su composición: habiéndose encontrado la Emperatriz con un buen número de cuadernos para los que no encontraba utilidad, la futura escritora le comenta que si fueran suyos los usaría de almohada, de modo que la Emperatriz se los ofrece. Usarlos como almohada es una referencia a los muebles de madera con cajones que se utilizaban en la época como reposacabezas. Lo que quiere decir es que los guardará como cuadernos de anotaciones en su lecho, como cuadernos íntimos, siguiendo la costumbre de otros hombres y mujeres que escribían sus reflexiones antes de acostarse. Así es como Shônagon empieza a anotar destacados momentos de su vida en la corte e impresiones de las estaciones o de la naturaleza; también reflexiones que en su aspecto público son extremadamente protocolarias, pero que del lado personal (su percepción del comportamiento galante, por ejemplo) revelan una gran personalidad e independencia. Son frecuentes y dignas de memoria las glosas de lo que le resulta agradable o desagradable, o lo que le parece odioso, aburrido o deprimente, como mosaicos en los que reúne descripciones y relatos muy diversos, motivada por su reacción íntima. Más allá de la gran belleza de cada pasaje, al final aparece un libro que resume a una persona, con sus picardías y profundidades, también con ese prejuicio aristocrático tan infantil que la hace elogiar hasta el hartazgo a la familia imperial y los miembros de la corte, mientras que apenas valora a las clases inferiores. El libro es innovador y arriesgado, Canetti llega a decir que es la colección más perfecta de apuntes que conoce.
    La transmisión del libro es azarosa. Como anota Ivan Morris, su primer traductor al inglés, el manuscrito que servirá de base a la primera edición no se compone hasta 500 años después de la muerte de su autora, y la versión impresa ha de esperar al s. XVII. Encima, hay varias compilaciones diferentes, hasta el punto de que en la actualidad se distinguen fuentes “mezcladas” y otras “ordenadas”, según los estudiosos que las hayan preparado. La edición desordenada de El Libro de la Almohada es la que responde a la intención inicial y final de la autora: la confusión es su estructura. El encanto del libro es la heterogeneidad, el trenzado de anotaciones muy diferentes sin simetría ni orden. Al margen de los valores puramente lingüísticos y poéticos, reconocidos por los eruditos y lectores japoneses (y occidentales), esta ausencia de estructura supone un apoyo inesperado para el calor que desprenden sus descripciones de la naturaleza y sus pequeños relatos.

Bibliografía:
  • Sei Shônagon: El Libro de la Almohada. Bs. As.: Adriana Hidalgo editora, 2001. Traducción y prólogo de Amalia Sato.
  • Sei Shonagon: El libro de la almohada. Madrid: Alianza, 2004. Selección y traducción de María Kodama y Jorge Luis Borges.
  • Ivan Morris: “Las Notas de la Almohada, de Sei Shônagon”, Quimera, 19 (mayo, 1982), pp. 39-40.
  •  Elias Canetti: “Diálogo con el interlocutor cruel”, en La conciencia de las palabras. Madrid: FCE, 1982, pp. 71-99.

Sei Shônagon (ca. 968 - 1000/1025)


FRAGMENTOS

Es bastante tarde y una dama está esperando a un visitante esa noche. Como oye finalmente un golpeteo furtivo, envía a su criada a abrir el portón y espera excitada. Pero el nombre anunciado por la criada es el de alguien por quien no tiene el menor interés. De todas las cosas deprimentes, ésta es de lejos la peor.

Un hombre sin ningún encanto especial discute sobre toda suerte de temas al azar, como si lo supiera todo.

El décimo día del Segundo Mes, con el sol brillando en un cielo claro y pacífico, Su Majestad el Emperador estaba tocando la flauta bajo el alero en la parte occidental de la galería. Estaba asistido por un excelente flautista, Takatô, el ayudante más antiguo del Gobernador General. Ejecutaban la melodía Takasago al unísono, y Takatô le explicaba varios asuntos sobre la flauta a Su Majestad. Calificar la escena como “algo espléndido” resultaría insuficiente. Yo estaba sentada detrás de las cortinas de bambú con otras mujeres y, al observar todo esto, sentí como si nunca en mi vida hubiera sido infeliz.

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