El fragmento debe ser como una pequeña obra de arte, aislado de su alrededor y completo en sí mismo, como un erizo -- Friedrich Schlegel --

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miércoles, 18 de enero de 2012

F. W. J. Schelling y la Naturaleza

   El autor de la más completa obra crítica sobre Friedrich Wilhelm Joseph Schelling es, seguramente, Xavier Tilliette, uno de esos comentaristas imprescindibles de la filosofía alemana que ha colaborado en la Historia de la filosofía dirigida por Yvon Belaval. En la entrada sobre el mal llamado "idealista objetivo" de la tríada formada por Fichte-Schelling-Hegel, Tilliette expone con gran estilo el drama vital del que considera mayor filósofo del Romanticismo: habiendo sobrevivido más de cuarenta años a Fichte y casi veintitrés a Hegel, no logró imponer su filosofía y salvarla del olvido, combate que sólo con mucha dificultad parece ir ganando. En su época ya había perdido frente a Hegel, que convenció notoriamente en la Universidad y logró cierta continuidad para su obra con sucesores más o menos heterodoxos. Sin embargo, un Schelling envejecido, irritable, vanidoso y susceptible termina por extender a sus libros la poca consideración que generaba su persona. Mediado el s. XX (pero ha habido que esperar todo este tiempo), el interés por este filósofo parece reanimarse, y no sólo por la filosofía de su primera época, sino por la fragmentaria producción de su etapa final, separadas ambas etapas por las Investigaciones filosóficas sobre la esencia de la libertad humana y los objetos con ella relacionados (1809).
Schelling en pintura de Stieler (1935)
   Hay que reconocer en toda su carrera, por un lado el ímpetu de una búsqueda ininterrumpida y exigente (que le lleva a menudo a dejar sin terminar las obras), por otro la variedad de sugerencias que despierta. Así, se lo interpreta como precursor del existencialismo (Tillich), adivinador del problema del ser del ente (Heidegger), liquidador del problema de los idealismos (Schulz), iniciador de la filosofía de la mitología (Otto), precursor de la fenomenología (Semarari) y hasta del materialismo marxista (Habermas). Desde luego, un mejor conocimiento de su obra ayuda a replantear la visión acartonada del periodo idealista alemán.
   Schelling nace el 27 de enero de 1775 en Leonberg, estado de Würtemberg. Desde muy joven manifiesta una increíble precocidad, así que se le permite adelantar estudios. Ya es universitario siendo aún adolescente, y durante la década de los 90 tiene por condiscípulos a Hölderlin y Hegel, en Tubinga. Apenas con veinte años empieza a publicar sus primeras obras, entre las que destacan las Cartas filosóficas sobre dogmatismo y criticismo (1795). Pronto empiezan sus contactos con el grupo romántico de Jena, y entonces da un giro sorprendente hacia la ciencia que da lugar a su llamada Filosofía de la Naturaleza o Naturphilosophie, con obras como Ideas para una Filosofía de la Naturaleza (1797) y Sobre el alma del mundo (1798). En 1798 es nombrado (con el apoyo de Goethe) catedrático en Jena. Tenía 23 años.
   En Jena su actividad es intensa: funda y anima revistas, se encarga de cursos de filosofía de la naturaleza y de filosofía trascendental, publica el Sistema del idealismo trascendental (1800), que suele considerarse su obra más consistente. Ya por este tiempo se aparta definitivamente del idealismo “subjetivo” de Fichte, como queda patente en un importante intercambio epistolar. En rápida sucesión publica el diálogo Bruno (1802), las Exposiciones complementarias del sistema de filosofía (1802), las Leciones sobre el método de los estudios académicos (1803), Filosofía y religión (1804), Aforismos (1805)…, también corrige obras anteriores e imparte sus lecciones en la universidad.
   Para entonces, el incipiente movimiento romántico (con el que Schelling cada vez tenía menos que ver) se ha dispersado y Jena se ha convertido en una ciudad casi inactiva. En 1803 se casa con la que fuera esposa de August W. Schlegel, Caroline, y en 1806 se instala en un nuevo destino en Munich como miembro de la Academia de las Ciencias de Baviera, que le deja mucho tiempo para la investigación. De 1809 es la ya nombrada Investigación sobre la libertad; pero en ese mismo año muere su esposa. Pasa largos meses en Wurtemberg, en las cercanías de la tumba, sumido en una gran crisis espiritual; por fin se le convence para que imparta unas lecciones privadas a un círculo de amigos en Stuttgart. Arranca entonces el proyecto magno de su última época sobre Las Edades del Mundo (Die Weltalter), del que sólo acabará el “Libro del pasado”, siendo ésta una época marcada por el desarrollo del elemento irracional que encontramos en nosotros y que jamás puede ser superado. Por esto, era lógico que su filosofía se aproximara al estado de narración más que al de sistema (dice Gueroult). En 1820 consigue un puesto de profesor libre en la universidad de Erlangen. Sus cursos versan sobre Filosofía de la mitología y Filosofía de la revelación (es la llamada “filosofía positiva”). Continúa con estas lecciones a partir de 1927 en Munich, hasta 1840. El éxito del hegelianismo reduce el impacto de esta filosofía final de su carrera. En Berlín, a partir de 1841, sufre la falta de apoyo del alumnado. Abandona la enseñanza en 1845, comienza a preparar su “filosofía racional” destinada a coronar el edificio (siempre inconcluso) de su obra. Muere finalmente el 20 de agosto de 1854.
   En la progresiva liberación por parte de Schelling de la filosofía fichteana, las Cartas de 1795 implicaban el abandono del Yo absoluto fichteano por el yo finito. El final de estas Cartas se decanta por una vuelta a la experiencia y los fenómenos. La Naturphilosophie es una original vuelta a la Naturaleza que deja a un lado el instrumento matemático o la idea de construcción para sorprenderla “en su taller”. Esta elección hará que sea pasto de las críticas (desde los propios científicos a Hegel); pero también contará con el apoyo de Goethe, el elogio de Marx y recientemente una defensa por parte Maurice Merleau-Ponty en un curso sobre La Naturaleza de 1956/57 en el Collège de France, quien se sirve de las sugerentes ideas aisladas del filósofo para realizar un sorprendente acercamiento a su propia fenomenología o, más ajustadamente, a la ontología del ser salvaje que va proyectando por ese tiempo.
   Para Schelling se trataría, en polémica con Kant, de situarse ante el “abismo de la razón humana” que implica según la Crítica de la razón pura (B 641) la exigencia racional de una necesidad incondicionada y que es el límite de nuestra razón, un no-saber, una laguna que constituye nuestro saber. Schelling va más allá y reconoce “un ser no-sabido” que es al cabo Dios, simple abismo, eso que existe sin razón, una especie de surgir inmotivado del que no se puede encontrar motivo ni esencia. Pero este Dios no se puede identificar con la Naturaleza, más bien exige un contrario (“Dios necesita de No-Dios para manifestarse”, comenta V. Jankelevitch), precisa de esa Naturaleza que no va a ser un simple producto suyo y de la que es tan contradictorio decir que ha sido producida (y por tanto que haya sido hecha y en cierto modo esté muerta) como que se ha hecho a sí misma y que por tanto sea infinita.
   Esta Naturaleza aparece a la vez activa y pasiva, es producto y productividad, expansión y contracción (como la respiración). Se trata de una suerte de productor que no termina nunca de realizar su obra, un puro movimiento que no da lugar a nada definitivo. Hablamos de la erste Natur, la  “estofa” natural, el material del que todo está hecho en general, y del Ser anterior a la reflexión con respecto al cual la reflexión es segunda. Se podría decir que hay en Schelling una prioridad de la existencia sobre la esencia. La Naturaleza así entendida es el “principio bárbaro”, el pre-ser que, por muy pronto que lleguemos, ya estaba ahí, es el exceso del Ser sobre la conciencia del Ser, lo que quedaba en peligro con la aclaración interminable de la razón, porque si se disuelven todas las oscuridades en el pensamiento perderemos el principio bárbaro, "la fuente de toda belleza”, dice Schelling.
Maurice Merleau-Ponty (1908-1961)
   En su examen de la producción natural, Schelling se aleja tanto del finalismo como del mecanicismo natural, puesto que la naturaleza no opera de un modo “obrero”. ¿Cómo “opera” entonces? En primer lugar de un modo ciego, sin teleología.  El símil más claro es el de nuestra percepción, puesto que redescubrimos la Naturaleza en nuestra experiencia perceptiva anterior a la reflexión. Pero no hablamos de aquella percepción  cartesiana mediatizada por la reflexión: hay que esforzarse para acceder a nuestra propia naturaleza en ese estado de indivisión originario en que ejercemos la percepción. No se nos pide que nos proyectemos a partir de nuestro Yo a ese estado, sino que tratemos de comprender ese lugar común en que ser vivo y Yo comparten una raíz común en el Ser pre-objetivo.
   El llamado idealismo objetivo fichteano traslada a conciencia todo lo existente; sin embargo, para Schelling todo es Yo, lo que conlleva una cierta Gnosis, un irracionalismo que se le ha criticado tal vez sin comprender sus motivos. Para Schelling hay que reencontrar los lazos de simpatía o de indivisión, la vida interna de las cosas o la articulación interna entre las cosas percibidas. No se trata como en la Gnosis o en el irracionalismo mágico de poner una segunda causalidad por encima de la natural (por ejemplo con la telepatía o la magia), sino de alcanzar lo “no-sabido”, y no por ciencia sino como “fenomenología del ser pre-reflexivo”, porque como dice Merleau-Ponty “somos los padres de una Naturaleza de la que al mismo tiempo somos hijos. Sólo en el hombre las cosas se vuelven conscientes; pero la relación es recíproca y el hombre es el devenir consciente de las cosas”. La filosofía de la Naturaleza de Schelling es una profunda reflexión sobre lo que no es reflexión.
   La filosofía reflexiva de la Naturaleza precisa de un lenguaje capaz de acercarse a ella, y éste es la poesía. Por su parte, el arte en general es la realización objetiva de un contacto inobjetivable con el mundo. El arte suministra el documento o la objetivación precisa para la filosofía, luego es su órgano. Pero ambos son distintos, arte y filosofía. Schelling encuentra la virtud del arte en su capacidad para experimentar la identidad de sujeto y objeto; pero la filosofía no se sublima en el arte, busca expresar el mundo, mientras que el artista quiere crearlo. El filósofo y el artista coinciden en que ambos son extáticos y quieren alcanzar esa pre-humanidad que es la coexistencia con las cosas, aunque lo harán de distinto modo.

Bibliografía:
Martial Guéroult: “L’Odyssée de la conscience dans la dernière philosophie de Schelling d’après M. Jankelevitch”, Revue de Metaphysique et de Morale, vol. XLII, 1935, pp. 77-105.
Maurice Merleau-Ponty: La Nature. Notes. Cours du Collège de France. Paris: Seuil, 1995, pp.  59-78.
Xavier Tilliette: “Schelling”, en Yvon Belaval (dir.): Historia de la filosofía, vol. 7. La filosofía alemana de Leibniz a Hegel. Madrid: Siglo XXI, 1987, 357-412.


Textos de Schelling

En la filosofía no se es solamente el objeto, sino siempre al mismo tiempo el sujeto de la observación. Para la comprensión, pues, de la filosofía son necesarias dos condiciones: la primera, el mantenerse en una actividad constante de producir esas acciones primeras de la inteligencia; la segunda, el reflexionar constantemente sobre esa producción: en una palabra, el ser siempre a la vez el objeto contemplado (producido) y el contemplante.
(Sistema del Idealismo trascendental. Introducción)

Sólo hay dos caminos para salir de la realidad vulgar: la poesía, que nos transporta a un mundo ideal,  y la filosofía, que hace desvanecerse completamente ante nosotros el mundo real.
(Werke, II, 350-351)

El hombre, el ser racional en general, está puesto para ser un complemento del mundo sensible; de él, de su actividad, debe desarrollarse lo que falta para la totalidad de la manifestación de Dios, pues la naturaleza encierra, es verdad, toda la esencia divina, pero sólo bajo la forma de lo real; el ser racional debe expresar la imagen de esa misma natura divina tal cual es en sí misma, y, por lo tanto, bajo la forma de lo ideal.
(Werke, III, 237-240)


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