El fragmento debe ser como una pequeña obra de arte, aislado de su alrededor y completo en sí mismo, como un erizo -- Friedrich Schlegel --

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jueves, 14 de septiembre de 2017

Las sombras de la noche

[ Toda criatura humana está destinada a constituir un profundo secreto y misterio para todas las otras. Es una consideración solemne que, cuando llego a una gran ciudad de noche, cada una de esas casas arracimadas lóbregamente encierra su propio secreto; que cada habitación en cada una de ellas encierra su propio secreto; que cada corazón palpitante en los centenares de millares de pechos que allí se esconden, es, en algunas de sus figuraciones, un secreto para el corazón más próximo, el que dormita y late a su lado. Y hay en todo ello algo atribuible al espanto ], algo de común con la muerte. No podré volver más las hojas de ese libro amado que esperaba leer hasta el fin; no sondearé más con la mirada esa agua profunda donde a la luz de los relámpagos vislumbré un tesoro. Estaba escrito que el libro se cerraría para siempre tan pronto como hubiera descifrado la primera hoja; estaba escrito que el agua en la que hundía mis ávidas miradas se cubriría con un hielo eterno en el momento en que la luz se reflejara en su superficie, y que me quedaría en la orilla, ignorando las riquezas que contenía. [ Mi amigo ha muerto, mi vecino ha muerto, mi amor, la niña de mi corazón, ha muerto: es la inexorable consolidación y perpetuación del secreto que siempre hubo en ellos ], como hay uno en mí que me llevaré a la tumba. [ En cualquiera de los cementerios de esta ciudad por la que paso, ¿hay durmiente para mí más inescrutable que sus atareados habitantes, en su individualidad más íntima, o de lo que lo soy yo para ellos? ]

Charles Dickens: Historia de dos ciudades, cap. 3.

Traducciones de: Javier Marías (Berta Isla. Madrid. Alfaguara, 2017, págs. 540-541 y 543 [entre corchetes]) + A. de la Pedraza (Madrid: Alba Editorial, 1999, pág. 24).

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